Morante ilumina los candiles de Marbella
El genio cigarrero bordó su tauromaquia en dos capítulos de signo opuesto. Al primero, de poca entrega y embroque irregular, le arrancó pasajes de hondura y pureza, siempre en el sitio y aguantando la querencia contraria. La espada, esta vez, no acompañó. Pero fue en el cuarto cuando Morante cruzó la frontera del riesgo. Lo recibió de rodillas, templó a pies juntos y armó una faena que fue un monumento a la entrega. El toro lo prendió con violencia en un embroque, dejándolo a merced de los pitones que rozaron su rostro. Lejos de aminorar, el sevillano rubricó, aún conmocionado, la serie más rotunda de la tarde. Estocada y triunfo mayor: dos orejas y rabo, con una brecha en la cabeza como testigo de su gesta.