Morante de la Puebla: El arte desbordado en El Puerto

 

Morante volvió a ser Morante. Con una plaza entregada y un toro que colaboró, el cigarrero regaló una faena de esas que se quedan en la memoria colectiva. El primero de la tarde, un toro con clase de El Freixo, fue el compañero ideal para un torero inspirado, que dejó una obra de arte desde que desplegó el capote. Verónicas lentas, un galleo por chicuelinas lleno de torería, y un quite con sello propio abrieron paso a una faena de muleta en la que el temple y la verticalidad fueron la norma. Toreó con hondura, con naturalidad, con esa forma tan suya que convierte el toreo en un lenguaje emocional. El natural alcanzó cotas de belleza y ceñimiento de otra época. Dos orejas unánimes y un estallido en los tendidos.


Pero si la primera faena fue el deleite, la del cuarto fue el ejemplo de entrega. Ante un toro que a priori no prometía, Morante apostó. Lo fue metiendo poco a poco en la muleta con inteligencia y tesón. En la mano derecha tejió una faena seria, maciza y torera, que luego remató con tandas al natural de gran mérito. El público lo reconoció desde el principio y se entregó al torero. Solo la espada le negó un premio mayor. Ovación cerrada. Una tarde en la que el arte de Morante fue absoluto.



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