Juan Ortega, en el puerto de Santa María-10 de agosto

 


Suavidad, compás y pulso fueron la firma de su actuación. Al primero, de armónicas hechuras pero sin celo ni raza, lo llevó con templanza y limpieza, aunque sin lograr una conexión sostenida con los tendidos. Ovación tras aviso.


En el tercero, de buen embroque pero viaje corto, administró las embestidas de uno en uno, siempre por dentro, reduciendo su tranco con maestría. Ovación.
En el quinto, mal presentado pero con una embestida de seda frágil, bordó el toreo a la verónica y chicuelinas de mano baja, cuidando al toro sin exigirlo en exceso. La faena, de asiento y belleza, le valió una oreja.



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