El Cid y la resurrección de la zurda en Santander




Cuando parecía que la tarde estaba escrita para Roca Rey, con todos los focos, la expectación y el “no hay billetes”, apareció El Cid para romper el guion. Con la templanza del que ha vivido todo, y la pasión del que no se resigna al olvido, Manuel Jesús “El Cid” volvió a firmar una de esas faenas que marcan ferias… y temporadas. Fue en Santander , frente a un toro de Victorino Martín que reunió todas las virtudes del encaste, y que, con justicia, fue premiado con la vuelta al ruedo . El torero de Salteras, por su parte, conquistó el alma de Cuatro Caminos y se llevó dos orejas incontestables . Tarde grande. Clásica. Emocionante.

Primer toro: el aviso de que había venido a torear

El primero del festejo fue un toro serio, con expresión, mirada viva y astifina presencia. Desde su salida mostró una embestida exigente, con humillación pero sin regalar nada. Embestía sobre las manos y se tragaba cada muletazo con dificultad.

El Cid entendió desde el principio que aquello era una faena de oficio. Lo recibió con solvencia y luego, en la muleta, buscó siempre el sitio preciso. Supo ganar el paso, tirar del toro y usar las piernas con inteligencia. La faena tuvo exposición, oficio y medida. Una labor sincera y entregada, que dejó huella en los tendidos. Mató al primer intento, pero el descabello le negó una oreja que ya estaba pedida. Ovación con fuerza .

Cuarto toro: la faena de la feria

Lo que vino después fue una sinfonía de toreo al natural. El cuarto de la tarde, llamado “Soleares” , era un toro armónico: fino de sienes, con cuello, corto de manos… y con un fondo de bravura superlativo. Ya en el saludo a la verónica embistió humillado, especialmente con el pitón de dentro. Desde ahí, el Cid supo que estaba ante ese toro.

Brindó a Roca Rey —gesto de gallardía y respeto— y se fue al centro del ruedo. Allí comenzó una faena que rejuveneció los tendidos de Santander. La mano zurda del de Salteras volvió a dictar cátedra como en sus mejores tardes. Dos series al natural con un trazo impecable, honda, largas, con cadencia y ligazón. La plaza rugió como en los tiempos de gloria.

Luego, la faena tomó un perfil más vertical. Menos trazo, más figura. El toro mantuvo su categoría, con un ritmo que no decayó. El Cid lo condujo con pulso, sin prisas, citando siempre por delante. El público, enloquecido, pidió el indulto. Pero el sevillano fue honesto: no se probó con la espada . Citó con pureza y ejecutó una gran estocada.

Cayeron las dos orejas de forma unánime. Y tras ellas, la vuelta al ruedo para “Soleares” , un toro que ya es parte de la historia reciente de Cuatro Caminos. Fue la faena de la tarde… y, seguramente, de la feria.

Epílogo: el regreso que nadie esperaba

En una tarde en que el foco estaba en otros nombres, El Cid resurgió como un fénix. El torero que ya había dicho adiós hace años, volvió para recordar que su toreo al natural sigue siendo un tesoro del toreo moderno. Y lo hizo con la verdad por delante, sin imposturas, con ese clasicismo que solo el tiempo pule.

Mientras otros se enredaban con la técnica, El Cid emocionó . Frente a un Victorino de bandera, se reencontró con su mejor versión y volvió a conquistar una plaza que ya lo veneró en sus mejores años. La de Santander fue una tarde de justicia, torería y memoria. Una tarde en la que la zurda de El Cid volvió a escribir poesía. Una faena para el recuerdo. Una lección para todos.


 


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