El Cid, dueño del clasicismo, señor de Santander

 En una feria con nombres mediáticos, carteles de relumbrón y llenos asegurados por figuras del momento, fue El Cid quien volvió a levantar la voz con la verdad antigua del toreo clásico , ese que no necesita aspavientos ni retórica porque emociona con naturalidad. En dos tardes distintas, y frente a toros tan dispares como un Victorino de ensueño o un lote de Domingo Hernández medido de bravura, el torero de Salteras compuso las dos mejores faenas del ciclo , demostrando que el tiempo no borra el toreo cuando ha sido auténtico desde el principio.

Dos tardes, dos exposiciones

El primer golpe maestro lo dio con un toro de Victorino Martín , al que cuajó de forma impecable por el pitón izquierdo. Fue una faena que devolvió a la afición de Santander al recuerdo glorioso de sus años dorados. Hubo naturalidad, profundidad, colocación y sentimiento . Y también hubo acero eficaz: dos orejas unánimes, y el toro, de nombre Jaranero , premiado con la vuelta al ruedo. Esa tarde no fue un homenaje, fue una reivindicación viva del toreo eterno .

Días después, volvió a la plaza en una tarde en la que Roca Rey y Juan Ortega completaron el cartel. Y de nuevo fue El Cid quien marcó el ritmo y el toreo , esta vez con el mejor lote de una corrida desigual de Domingo Hernández . En su primero, un toro noble pero justo de transmisión, bordó una faena medida, templada, con ese pulso suave que lo caracteriza. Una serie diestra con exigencia quebró al toro, pero no al torero , que lo mató tras una estocada trasera y un golpe de verduguillo: oreja ganada sin discusión.

Pero fue en el cuarto donde volvió a acariciar la Puerta Grande . El toro, colorado, armónico, tuvo más clase que fondo. El Cid lo entendió desde el inicio, armando una faena serena, estructurada y muy torera . Comenzó con cotas altas, bajó en intensidad cuando el astado se agotó, pero él no perdió el hilo en ningún momento . Faltó la rúbrica con la espada para forzar la apertura de la Puerta Grande, pero no hizo falta: el público ya sabía que estaba frente al torero de la feria .

Faena al recuerdo

La faena al toro de Victorino quedará, sin duda, como la cumbre del ciclo santanderino . Fue toreo natural en su forma más pura. Una sinfonía de toreo al ralentí , sin prisas, sin querer obligar a lo que el toro ya regalaba: clase, humillación y entrega. Pero también con exigencia, porque el de Victorino tenía fondo, y El Cid lo exprimió con verticalidad, con esa estética suya que tiene la pausa justa y la hondura precisa.

Y cuando se pidió el indulto, El Cid fue fiel a sí mismo: no buscó alargar la faena ni disfrazarla de peticiones exageradas. Culminó por arriba y mató con sinceridad . Esa honestidad fue premiada con las dos orejas y la vuelta al ruedo del toro. Un homenaje sin pactos, una obra sin artificio.

Legado y realidad

Lo que ha dejado El Cid en esta feria es una lección a los jóvenes , un recordatorio a la afición y una reivindicación de que el clasicismo no ha muerto . En un momento donde se premia más el ruido que el contenido, su toreo silencioso volvió a sonar alto en Santander .

No necesitó desplantes, no esperó a que el toro muriera en su querencia, no pisó terrenos impostados. Toreó como lo ha hecho siempre: con verdad, con alma, con torería . Y lo que en su día parecía una retirada lógica, hoy se convierte en uno de los regresos más sentidos del toreo reciente.

En esta feria, El Cid no fue el invitado veterano: fue el protagonista .

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